Mensaje del nuevo Arzobispo

Enviado como Siervo y Pastor

Ante mi nombramiento como Arzobispo de Portoviejo

Queridos hermanos manabitas:

La Providencia de Dios ha querido que, después de seis años de acompañarlos como Obispo Auxiliar y uno como Administrador Apostólico, me convierta ahora en su Arzobispo. De modo que, parafraseando nuestro pasillo, vivir lejos ya no pueda.

Agradezco en primer lugar al Santo Padre Francisco, quien, al ponerme al frente de esta porción del pueblo de Dios, de esta Iglesia particular que camina en Manabí, tan querida, ha mostrado una especial confianza para conmigo. Cuento con la gracia del Señor para, en unión con el Sucesor de Pedro, poder vivir con la mayor fidelidad – en favor de ustedes y de toda la Iglesia – el carisma episcopal de confirmar en la fe a los hermanos y de guardar la unidad del pueblo de Dios.

Mi agradecimiento también al señor Nuncio Apostólico, S. E. Mons. Andrés Carrascosa, por su acompañamiento a lo largo de este año de administración apostólica, con su fraternidad, su solicitud por nuestra Iglesia particular y su preocupación por hacer presente el ministerio del Santo Padre.

Soy consciente que, como Tercer Arzobispo y Octavo Obispo de la Iglesia particular de Portoviejo, me inserto en la vida y la tradición de una Iglesia con “rostro propio”. De una Iglesia con un modo específico de vivir su fe y su compromiso cristiano. Pero que, al mismo tiempo, es también consciente que se encuentra en camino y que tiene todavía mucho por recorrer. Pues convertirse en una Iglesia de comunión, de participación y de misión, según el Evangelio, nos exige a todos una profunda y permanente conversión.

Como pastor, tomo la posta en la guía de esta familia diocesana que otros, en nombre de Jesucristo, han llevado con gran entrega y fidelidad. Reconozco que lo que recibo es en gran medida fruto de su dedicado trabajo. A ellos se dirige mi pensamiento agradecido, en este particular momento eclesial. Particularmente a mis inmediatos predecesores, los dos primeros arzobispos, José Mario y Lorenzo, que leerán estas líneas. El Señor los bendiga. Por gracia de Dios, los tres formamos una misma línea genealógica episcopal. Pues sucedo a Lorenzo, quien me consagró obispo, quien a su vez sucedió a José Mario, del cual recibió igualmente el orden episcopal.

Muy particularmente mi mente y mi corazón se dirigen a mis hermanos sacerdotes, con quienes he compartido y continuaré compartiendo “el peso del día y el calor” (Mateo 20, 12) de la labor pastoral. Pienso mucho en ustedes. Gracias por su amistad y su confianza, que me comprometen profundamente. Gracias por su entrega, su generosidad y su disponibilidad, tan necesarias para nuestro servicio. Somos conscientes de nuestros límites y fragilidades, pero también sabemos que la santidad sacerdotal no es un puro ideal, sino una realidad posible para cada uno, ya que “todo lo podemos en Cristo que nos fortalece” (Filipenses 4, 13). Además, sólo seremos felices si vivimos en plena coherencia nuestra identidad sacramental. No hay otro camino. Continuemos ayudándonos los unos a los otros, como hermanos, en esta aventura de llegar a ser hombres totalmente para Dios y totalmente para los demás.

A mis queridos seminaristas, también: cuenten con mi afecto y con mi preocupación permanente de “que Cristo sea formado en ustedes” (Gálatas 4, 19). Mi atención y cercanía no les van a faltar. No tengan miedo de nada, a no ser de responder “a medias” a Dios. Y, por favor, no dejen de apreciar, cada día más, el don del celibato, que es como la “dimensión corporal” del alma sacerdotal que están llamados a tener.

La vida consagrada, masculina y femenina, ha marcado profundamente a nuestra Iglesia particular, especialmente en sus inicios y durante los difíciles tiempos de carencia sacerdotal. Y todavía continúa acompañando la vida diocesana, con la riqueza de sus carismas diversos y en la evangelización de las comunidades rurales, la marginalidad y el mundo educativo. Gracias por todo su servicio y por su inserción diocesana. Que “sientan” su consagración en la vida concreta y que los demás la “sintamos” cada vez que entremos en contacto con ustedes, por su testimonio de sencillez, de alegría y de desprendimiento.

En estos años en Manabí he podido compartir con muchos fieles laicos, apreciar su dedicación apostólica y apoyar también su labor y su compromiso cristiano. Tanto como bautizados individuales cuanto como miembros de movimientos y asociaciones apostólicas o colaboradores en las estructuras diocesanas. Cuenten siempre con su Pastor, para ser escuchados, animados y orientados en el amplio campo de la evangelización en la sociedad de hoy.

Me dirijo también a los jóvenes, a quienes tanto he tratado en estos años, particularmente en las parroquias y en encuentros pastorales de todo tipo. Somos y valemos mucho más de lo que nos imaginamos. Lo que Dios puede hacer en la vida de cada uno es extraordinario. Basta con ser generosos. Dios los sostiene y cuidará su camino. Pero no dejen de tener grandes ideales y de querer hacer solo el bien.

Gracias a Dios, en nuestra arquidiócesis nunca ha faltado la preocupación por atender y estar cercanos a los más necesitados, según el ejemplo del Señor. Con obras e iniciativas de todo tipo, diocesanas o parroquiales, de congregaciones o movimientos apostólicos, de promoción humana o de atención emergente, las cuales han salido adelante y se mantienen casi “milagrosamente”, a pesar de la permanente limitación de recursos. Un particular agradecimiento, en este sentido, a todos quienes ¬– sacerdotes, consagrados, laicos – se dedican de manera más directa y permanente a animar esta dimensión esencial de la Iglesia y de la vida cristiana. “Los pobres nunca les faltarán”, nos decía el Señor (cf. Mateo 26, 11). Que tampoco nos falte nunca el compromiso sincero por la defensa y la promoción de la dignidad de toda persona humana, comenzando por los más débiles e indefensos.

Los retos de la evangelización son inmensos y complejos. Debemos ser conscientes de ello. Pero siempre tendrán que ver con dar a conocer a Jesucristo, única verdad, y poner a todos en contacto con Él. No me resisto, en este momento, a citar las primeras palabras del Catecismo de la Iglesia Católica, que quiero llevar siempre en el corazón y que debería ser como el “alma” de toda misión:

“PADRE, esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero y a tu enviado Jesucristo” (Jn 17, 3). “Dios, nuestro Salvador […] quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento pleno de la verdad” (1Tm 2, 3-4). “No hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres por el que nosotros debamos salvarnos” (Hch 4, 12), sino el nombre de Jesús.

Al ser llamado al episcopado hace siete años (2012), asumí como lema episcopal la frase latina “plantata iuxta rivos”, del Salmo 1 (“el hombre justo es como un árbol plantado junto a corrientes de agua, que da fruto a su tiempo”), inspirándome en una homilía de Benedicto XVI dirigida a nuevos obispos, en la que se destacaba que “el pastor no debe ser una caña que se dobla según sopla el viento, un siervo del espíritu del tiempo, sino – según la imagen del primer salmo – debe ser como un árbol que tiene raíces profundas en las cuales permanece firme y bien fundamentado.” (5 de febrero de 2011).

Como Obispo, soy consciente que, “para dar fruto” verdadero de servicio y de caridad, es indispensable mantenerse plantado y arraigado junto a las verdaderas “corrientes de agua”, que no son otras que la Palabra de Dios, los sacramentos y la Tradición de la Iglesia. Cuento con su oración, para que pueda ser un pastor – como hemos pedido en las misas durante este tiempo de espera – “que agrade a Dios por su santidad y nos ayude con sus cuidados vigilantes” (Colecta de la Misa para elegir un obispo).

Dios mediante, la posesión como Arzobispo tendrá lugar el sábado 30 de noviembre, en vísperas del Adviento. Acompáñenme con su presencia y con su oración.

Quiero ponerme bajo el amparo de la Madre de Dios, con el título de la Virgen Dolorosa, que me guardado durante estos veinticinco años de vida sacerdotal. Que vuelva a mí, en este momento de mi vida, “esos sus ojos misericordiosos”, como dice su oración.

El anuncio de mi nombramiento se da en la Fiesta de los Santos Ángeles Custodios. A ellos encomiendo mi ministerio, para que me conserven en el recto camino.

Estoy muy contento de ser su Arzobispo. Reciban mi saludo de hermano y de padre. Y, de corazón, mi bendición.

Por una Iglesia
Plantata iuxta rivos
Arraigada en el Señor

+Eduardo Castillo Pino
Obispo tit. de Tarasa de Bizacena
Administrador Apostólico de Portoviejo
Arzobispo electo de Portoviejo

Portoviejo, 2 de octubre de 2019, Fiesta de los Santos Ángeles Custodios

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